LITERATURA Y CONOCIMIENTO (La literatura) Elvira
La
literatura ha acompañado al hombre desde el comienzo de los tiempos. Al
principio no existieron las palabras y los relatos se reflejaban a través de
las pinturas rupestres para dejar constancia de la vida cotidiana de esos
primeros hombres que apenas articulaban dos sílabas juntas.
Más
tarde la evolución del hombre fue acompañada de un desarrollo literario para
contar su experiencia y entonces se hizo por medio de la palabra hablada. Fue
mucha la literatura que pasó de padres a hijos y que pervivió. Ni las guerras,
las enfermedades o cualquier otra dificultad consiguió nunca callar la boca de
aquel que pregona historias que no deben olvidarse, mezcladas, claro está, con
la fantasía alocada de la mente que entiende que debe atraer la curiosidad de
un público que, como siempre, ha sido y será exigente.
Del
latín emerge como un recién nacido nuestro preciado castellano, y se va fijando
muy lentamente a su forma escrita, que todavía no sería la definitiva. Poco a
poco, empieza a ahogarnos la falta de cultura escrita. Nuestros conquistadores
musulmanes vienen cargados de saberes plegados en pergaminos, y ese despliegue
cultural de todos los saberes nos sacude de una manera brusca: libros de
matemáticas, de astronomía, de ajedrez… todo lo que el entendimiento, que por
esa época empezaba a desarrollarse, podía abarcar, y todo lo que quedaba por
escribir, porque la expansión del conocimiento comenzaba a dar enormes pasos
hacia el futuro y era imparable.
Las
mentes despiertas de las personas tomaron consciencia de la necesidad de
escribir, de contar: la ardua tarea de narrar para las generaciones futuras
para que el saber fuera aumentando, que no se perdiera, que creciera hasta
límites insospechados. Era necesario que la gente pudiera tener el conocimiento
al alcance de la mano, y la literatura, como una crisálida, terminó su
transformación, que culminó en la creación de la imprenta. Entonces, comenzó un
viaje de altos vuelos, al que contribuyó la fijación escrita definitiva del
castellano, y los libros se multiplicaron; viajaron por países, fueron
manoseados, devorados por ojos deseosos, acariciados, colocados en estanterías
con vistas privilegiadas, mimados en su encuadernación. Sí; fueron buenos
tiempos y los libros fueron acogidos de la única manera posible, con amor. Pero
el saber nos hace más fuertes, porque nos cuestionamos cosas, pensamos, y,
sobre todo, porque las ideas se propagan como la pólvora: eso puede tener
consecuencias fatales. ¿Fatales para quién? Para el poder, claro está. Decía
Saramago, en su obra Ensayo sobre la
lucidez: “la diferencia más segura que podríamos establecer entre las
personas no es dividirlas en listas y estúpidas, sino en listas y demasiado
listas. Con las estúpidas hacemos lo que queremos; con las listas, la solución
es colocarlas a nuestro servicio; mientras que las demasiado listas, incluso
cuando están de nuestro lado, son intrínsecamente peligrosas”.
Este
pensamiento, reinante hoy en día, llevó al libro y, con él, a su contenido
literario, a la censura. Fue escondido en lugares insólitos, porque sus
perseguidores no tenían piedad de él y los descuartizaban, mutilaban, quemaban:
todo ese conocimiento almacenado durante siglos fue menguando consumido por el
fuego y la ira del poder. Hasta que la literatura dejó de ser un arma que
empezaba a despuntar, y se convertía en un animal dócil de compañía, del que
ningún peligro se esperaba. Así, la literatura en su formato libro, relleno de
jugosas letras, consiguió sobrevivir a la sombra del mundo. Lo que nadie sabía
es que en la savia de sus letras todavía latía el ardor de la lucha, porque la
sociedad necesitaba crítica y ella era la herramienta perfecta para esa lucha
de la que sabía que sería el estandarte.
Desde
entonces hasta hoy en día, no ha dejado nunca la lucha por darle al hombre lo
que del hombre es, el germen del pensamiento que en cada época se cultiva de
una forma distinta y por tanto los frutos nunca son iguales. Esto no quiere
decir que unos años la cosecha sea peor y otros mejor, de ninguna manera; me
refiero a que los frutos son distintos en forma, color y sabor, pero de lo que
no cabe duda es que alimentan igual y satisfacen la necesidad del hombre que éste
requiere en cada tiempo. En la actualidad, las letras, que antaño se fijaban
con pulso firme, y que después pasaron a golpe de plancha, no son más que
pequeñísimos píxeles que pasan por nuestra pantalla. La literatura y su forma
de acercarse a nosotros sigue siendo sorprendente, se adapta y continua
caminando a nuestro lado con la firme idea de no abandonarnos nunca. Porque
¿que sería del hombre sin el fluir de la literatura? ¿Seríamos un puñado de
estúpidos que no pueden ver la realidad porque son incapaces de entenderla?
La
literatura ha hecho a mujeres y hombres a lo largo de la historia. Sólo podemos
combatir los tiempos actuales como lo hemos hecho siempre, conociendo el mundo
a través de las letras, aprendiendo a pensar, a cuestionar, a desesperarnos sin
respuestas a veces, y otras a descubrir caminos insospechados. Pero de lo que
no hay duda es de que tenemos que proseguir conociendo el mundo; tenemos la
obligación de no ser estúpidos, y la necesidad de mejorar el mundo, NUESTRO
MUNDO, y que todas las generaciones posteriores recojan este legado que la
literatura se ha encargado de recopilar a lo largo de toda su existencia.
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