Hoy os proponemos participar en el 1º Concurso de Microrrelatos del Club de la Manzana 2011. El tema del concurso es "El Libro".
Las reglas son muy sencillas:
1º Enviar el microrrelato del 1 de marzo de 2011 al 31 de mayo de 2011, a COMENTARIOS del presente post.
2º El microrrelato deberá tener entre 100 y 250 palabras.
3º Deberá incluir un título.
4º No hay límite de microrrelatos, podréis mandar tantos como queráis.
Las reglas son muy sencillas:
1º Enviar el microrrelato del 1 de marzo de 2011 al 31 de mayo de 2011, a COMENTARIOS del presente post.
2º El microrrelato deberá tener entre 100 y 250 palabras.
3º Deberá incluir un título.
4º No hay límite de microrrelatos, podréis mandar tantos como queráis.
5º El plazo de votaciones empezará el 1 de junio de 2011 hasta el 15 de junio de 2011.
6º La persona ganadora se dará a conocer el 20 de junio de 2011, en un nuevo post en el que se publicará su microrrelato .
El premio es el libro "Criadas y Señoras" de Kathryn Stockett. Elegido por mayoría como el mejor libro que se leyó en el club en el año 2010.
Los microrrelatos se podrán votar a través de COMENTARIOS del presente post. Cualquier persona puede participar y ejercer de jurado, no es necesario que sea seguidora del blog, Cuantas más participaciones y opiniones tengamos mejor será.
¡Animo! Estamos deseando recibir vuestras historias.
El premio es el libro "Criadas y Señoras" de Kathryn Stockett. Elegido por mayoría como el mejor libro que se leyó en el club en el año 2010.
Los microrrelatos se podrán votar a través de COMENTARIOS del presente post. Cualquier persona puede participar y ejercer de jurado, no es necesario que sea seguidora del blog, Cuantas más participaciones y opiniones tengamos mejor será.
¡Animo! Estamos deseando recibir vuestras historias.
15 comentarios:
PONTE EN MI LUGAR.
-¡Psht, psht! ¡Eh! ¡Tú! ¡Despierta!
Intenté liberarme del plomo en mis párpados.
-¡Vamos, nena! ¡Espabila!
Entreabrí los ojos y la pálida luz del amanecer tras la ventana me invitó a cerrarlos de nuevo.
-Eh, no vuelvas a dormirte monada, tienes que irte.
Giré lentamente la cabeza hacia la voz que me había despertado.
-¡Vaya! ¡Ya era hora!
Parpadeé varias veces para asegurarme de que aquello no era una visión.
Intente decir algo, pero sólo conseguí boquear como un pez.
-¿Me reconoces? Claro que sí, anoche te acompañé hasta muy tarde. Y por cierto no fue muy agradables ¿sabes? Todo ese discurso sobre lo que podría o no podría haber hecho, sobre lo que debería o no debería hacer. Repitiendo una y otra vez lo de… “yo, en tu lugar…” “si yo fuera tú…” He venido a darte la oportunidad de ponerte en mi pellejo, encanto. A ver cómo te las apañas listilla, yo me largo.
Segundos después, el libro que se me estaba incrustando en los riñones, ese con el que me había dormido la noche anterior, abrió sus páginas y sin que yo pudiese hacer nada por evitarlo me tragó sin masticar.
Desde ese instante ocupo el lugar de aquel que escapó.
Ya he asumido mi condición de personaje de ficción, no se vive demasiado mal en un libro. Lo que sigo sin poder soportar es que sabiendo de sobra el final de la historia, sea incapaz de cambiarla e irremediablemente muera asesinado violentamente al final de cada lectura.
LIBERADO
Carmen, Sylvia, Alberto, Rafa, Reyes, Mario, Carlos... y hasta 69 nombres en total tengo escritos en mi guarda. Y sinceramente, me importan una mierda. Solo quise a uno, una, la primera. Me usó. Se lo di todo, pero me dejó. Me hizo mucho daño, más que Antonio (el nombre número 34), que me tiró un café hirviendo en la página 192 y que me empapó hasta la 225. Más que Sara (la numero 66) que en una mierda de descuido me escurrí entre sus manos y para evitar mi caída, me agarró de las páginas 28, 29, 30, 31 y me amputó las esquinas y tres palabras que nunca olvidaré, …las olvidé. Más que Juan (el 14) que me “doró” en un brasero mientras dormía. Más que Roberto (el 48) que me llevó a su trabajo y un paciente me vomitó encima, dejándome las huellas en la contraportada. Más que Desirée (la última, la 69), que me utilizó como fusta improvisada contra el culo de un chapero al que contrató por internet y al que se follaba con un strap-on sujeto a un arnés mientras le insultaba, humillaba y le escupía... Carmen me abandonó en la mesa de un café, curiosamente, en el mismo café en el que me encuentro ahora mismo, pero en otra mesa. He recorrido media Madrid, y solo cuando estoy en la mesa de cualquier cafetería, aunque sea por poco tiempo, me siento liberado.
SANT JORDI
Día de Sant Jordi, un libro y una rosa.
Como cada año cumplieron con la tradición.
A su manera.
Ella le regaló el último bodrio de autoayuda. De sobras sabe que él odia visceralmente ese tipo de libros. Por eso lo hace.
Él se dejó caer con la última ridiculez de novela sentimental mal encuadernada. Sabe perfectamente cuanto las odia ella. Por eso lo hace
Es su manera de comunicarse, de odiarse, de amarse…
UN DÍA CUALQUIERA
Estaba tan absorta en la lectura que no oyó abrirse la puerta de la calle. Por eso la primera bofetada la cogió desprevenida y le arrebató el libro de las manos. El revés que siguió la envió al suelo donde, instintivamente, adoptó la postura defensiva, fetal, como llevaba años haciendo. Esperando lo que seguiría oyó acercarse a su marido aunque éste pasó de largo. ¿Qué es esto? le oyó vociferar. Con miedo, miró en su dirección y lo vió coger con sus manazas grasientas el libro del suelo. Ella muy suavemente dijo: Por favor, ten cuidado. Él la miró con estupor ¿Qué? Por favor, es que no es mío, es de la biblioteca, lo tengo que devolver. ¿De la biblioteca? ¿Desde cuando vas a la biblioteca? Una estúpida como tú ¿Quién te crees que eres? Mirándola con desprecio empezó a rasgar las tapas, las páginas. Ella sintió algo dentro, algo que llevaba años sin sentir, una especie de rabia, una fuerza desconocida que la impulsó a levantarse, a coger lo primero que encontró a mano, una sartén de hierro. Con ella le dió un golpe, pero tantos años de sumisión habían dejado su huella, el golpe fue desvaído y débil. Estupefacto, él soltó el libro y le arrebató la sartén. Él sí tenía la determinación de hacer daño. Ella recogió el libro del suelo y mientras su marido la golpeaba lo protegía entre sus brazos. La sangre caía de su cabeza, su penúltimo pensamiento fué: espero que no se manche.
12 de mayo de 1943, ghetto de Theresienstadt.
Recuerdo cómo lloré aquella noche de 1933. Lloré en silencio, ahogado mi llanto por el distante y ensordecedor crepitar de millares de palabras retumbando en mis oídos desde la Bebelplatz. Decenas de miles de frases incandescentes se elevaron ahumando el cielo, tiznando la luna, iluminando el silencio. Al son de la brisa nocturna danzaron las cenizas en una formación caótica de versos azarosos que, con un alarido postrero, denunciaron, con más violencia que las propias llamas, la estupidez humana.
Recuerdo como reí aquella noche de 1933. Reí al comprender que era en vano el intento de la tiránica mano de tapar con fuego la boca de los pensadores. En su violenta ceguera los censores no comprendieron que despojando a las obras, con martirio de brasas, de su cuerpo físico estaban santificando su alma inmortal, que resonaría eternamente en el paraíso de las ideas.
5 de octubre de 1944 Auschwitz
Si el eco de mis palabras en estas páginas no me hubiera anclado a la cordura, hace tiempo que la marea de dolor que habita entre estos muros me habría arrastrado. Si cada noche no hubiera tenido que cantar una nana, hace tiempo que habría callado para siempre. Se que pronto cantaré por última vez, y entonces sólo quedarán estas páginas. Cuando mi voz se ahogue y se eleve entre las llamas, como aquellos libros de la Bebelsplatz, mis ideas, mis palabras y mis nanas nunca dejarán de ser recordadas.
Ilse Weber
La curva del tiempo
El día que cumplí siete años falleció Don Cayetano, el vecino del quinto. Oí a mi madre hablar con las mujeres del edificio apesadumbrada, todas lamentaban la pérdida de un hombre bueno que tuvo la desgracia de desaparecer demasiado joven. Me deslicé entre sus piernas para observar desde la primera fila cómo bajaban por la escalera el cuerpo del difunto envuelto en un saco brillante; cuando mamá me descubrió observando la escena, me mandó a casa de un empellón.
No es que yo no lamentara su muerte, era un tipo simpático que siempre ponía en mi mano un caramelo de anís cuando me cruzaba con él, pero estaba enfadado porque había conseguido ser el protagonista en un día que me pertenecía; todos olvidaron felicitarme tirándome de las orejas y mi regalo tuvo que esperar hasta después del sepelio porque andaban muy ocupados entre rezos y velatorios.
Además, estaba anonadado. Aquello resultaba desmedido, los mayores no tenían razón en sus apreciaciones. Don Cayetano era viejo, tenía cincuenta y siete años, y estaba acabado, el cáncer le había devorado las entrañas. ¿Qué otra cosa se podía esperar? ¿No decían ellos que era ley de vida? Decididamente, no les entendía.
Recuerdo aquello con la sonrisa torcida. Tengo ahora su misma edad y un sobre cerrado entre las manos con el resultado de la biopsia de mi tumor. Me da miedo abrirlo. Soy demasiado joven para estar enfermo.
EL MERCADO DE MELILLA
Tuve que acompañar a mi madre al mercado, y no quería hacerlo. No entendía que prefería quedarme en el patio tomando el sol, y leyendo mi libro. Le expliqué lo que quería, ¡Lo que me hacía sentir un libro!, lo que era un libro. No me quiso ni escuchar. No suele hacerlo. Tengo 8 años y pocos mas, argumenta para obligarme a hacer lo que ella quiere. Ni me dejó contarle que un libro es una simple caja de cartón con una vida dentro, ...y eso es maravilloso!, pero fue sustituido por las voces de otras madres, el olor a pescado, el silencio de un cuchillo cortando un gran chuletón de carne. Al salir, junto a la vieja de la flores, había un hombre vendiendo pollitos amarillos. Mi madre me compró uno, supongo que para que me animara y la perdonara por ser una tirana. El hombre me dio el pollito dentro de una caja de zapatos agujereada. ¡Sentí como me pisaba las manos a traves del cartón!, ...y que era eso sino, una simple caja de cartón con una vida dentro.
BOOKCROSSING, ¿QUÉ PENSARÁN LOS LIBROS?
¡Hay que ver lo incómodo que estoy aquí!, me podría haber dejado en un banco, o lo que es mejor, en un blando sofá de un vestíbulo de hotel.¡Pero no, no tuvo mejor sitio que el hueco de este árbol, con la humedad que hace y ese horrible pájaro que viene a pasearse por encima de mí!. Sólo quiero que me encuentre una de esas personas que veo desde aquí jugando apaciblemente con sus nietecillos, ¡son los mejores!, van despacio, sin prisas, sin esperar de mí nada más de lo que puedo darles. Yo que soy una historia sencilla, sin sobresaltos, ¡eso sí!, hago reflexionar, ya es bastante ¿no?. No soy grueso ni complicado, ni llevo dentro dificultosos procesos técnicos y teorías enrevesadas. Mi padre no comprendería este mundo al que he llegado, no era de estos tiempos que corren, no había esas máquinas que nos sustituyen ahora, ¡sólo quedamos para los nostálgicos!. Bueno, ¿qué le vamos a hacer?, ¡aaaah!, ¡ya viene!. Se acerca, ¿quién será?, ¡nooooooooo!, es uno que pertenece a un club de lectura. ¡Nos destripan en público!, sacan todas nuestras intimidades,¡y después se van tan tranquilos!.
Me deslicé descalza escaleras arriba. Esperaba que todos tuvieran un sueño tranquilo y abrí la puerta muy despacio. Entré a oscuras y cerré la puerta con precaución, no quería escuchar el rechinar de los goznes. Encendí la luz y la habitación se iluminó. La gran estantería de la pared atestada de libros me esperaba y yo la saludé con una sonrisa inquieta.
Miré el reloj, las dos de la madrugada, disponía de unas horas para deleitarme en hojear aquellos libros. Pasé la mano por los lomos de una colección encuadernada en piel y lomos dorados y unas filigranas preciosas en la portada. Cogí el primer libro con devoción, olía a viejo, a polvo, a nuevo, las hojas intactas, como si fuese el primer contacto que recibían. Una novela clásica. Quise sentarme en el suelo y leer, pero la lectura fue brevísima. Mis ojos volvían a la estantería con curiosidad creciente. Libros ordenados por tamaño, color, libros diminutos, tomos muy gruesos, enciclopedias, revistas muy antiguas apiladas en la balda inferior de cualquier manera. Necesitaba tocarlos todos, desempolvar su soledad, abrirlos para dejar escapar unas cuantas palabras o imágenes no apreciadas desde hacía mucho tiempo.
Tiempo… estaba amaneciendo. Me volví desde la puerta antes de apagar la luz con una promesa muda: ¡Volveré!
CONTIGO
-¡No me lo creo, tio! ¡No es capaz de hacerlo! ¿Qué me estás contando?- Había alzado un poco la voz. Lo miró sin obtener respuestas, siempre le resbalaban sus comentarios. Permanecía mudo hasta que él claudicaba. Eso le fastidiaba bastante, pero era la única compañía que tendría hasta que llegase Ana.
- Entonces ¿qué?
Con palabras escogidas, premeditadas, prosiguió donde lo habían interrumpido, molesto de compartir la atención con un ruidoso programa de televisión. Los sucesos que le desvelaba no tuvieron más interrupciones, sólo un ceño fruncido, escéptico o una ceja alzada en señal de sorpresa.
Una enfermera de ojos vivaces saludó escuetamente al entrar.
-Tu medicina y el termómetro. ¿Cómo estás? – Escuchó al paciente con interés y anotó algo en la libreta mientras dirigía una mirada comprensiva e indulgente a aquel acompañante que nuevamente se quedó mudo.
-Hola- Ana soltaba el bolso mientras la enfermera salía y cogió el libro. Hablaron de trivialidades, le ayudó a encontrar una postura cómoda, apagó la televisión y se acomodó en el butacón.- ¿Por donde vas?.
El buscó la página y Ana leyó, exhibiendo sus palabras, creando una intimidad de tres en vez del dúo al que estaba acostumbrado.
DE ÚLTIMA GENERACIÓN.
Aquel descomunal libro holográfico que se alzaba ingrávido a más de cincuenta metros sobre el suelo, proyectaba sin cesar etéreas imágines en color a través del innovador sistema del Modulo Cuántico Tridimensional de décima generación ( MCT6G). Aguantó estoicamente la impetuosa acometida de las primeras ventiscas radiactivas. Soportó sin inmutarse el constante impacto de las oleadas de contaminación electromagnética. Incluso consiguió sobrevivir a las altísimas temperaturas que durante más de una década habían derretido la ciudad y la habían convertido en un yermo desierto. Para sus habitantes formaba ya parte del mobiliario urbano. Se había convertido en un símbolo de resistencia.
Al fin un día ocurrió la catástrofe, la repentina oscilación del eje terrestre, los brutales giros, las terribles sacudidas y la gigantesca explosión final.
Después un estremecedor silencio.
Solo aquel gigantesco libro permanecía intacto en órbita alrededor del planeta, lanzando eternamente al espacio historias de princesas que despertaban con un beso, de reyes que daban su reino por un caballo, de hombres con gabardina y sombrero que iban buscando un halcón maltés y de viejos locos con palanganas en la cabeza que combatían contra molinos de viento.
Y entre una historia y otra un mensaje publicitario: “Líderes en sostenibilidad y desarrollo”.
Cuando partió de aquella tierra rodeada de mar, lo hizo escuchando el sonido de una melodía lenta y algo decadente, el sonido de la última noche que pasaron bebiendo ron y bailando. En sus labios un sabor salado, el de la sutil bruma que creaban las olas al chocar contra el casco del inmenso y viejo trasatlántico. Estrechaba entre sus brazos un pequeño regalo, perfectamente envuelto con un añejo papel de estraza, resultaba paradójica la delicadeza conseguida con el último retazo de guita que él había logrado encontrar en el fondo de un cajón de la cocina. Partir de la tierra sangrada por la revolución, dejando atrás a tanta gente, significaba tener que renacer malherida, pero dejarlo a él, significaba saberse sin vida hasta el momento en que pudiera verlo de nuevo. Entonces recordó sus palabras -Viajaré contigo-, un segundo y toda la inmensidad del aire había entrado en ese aliento de esperanza – ¿Pudiste comprar otro pasaje?- Él con sus brillantes ojos negros y tomando sus manos negó con la cabeza –Viajaré contigo más allá del océano que vas a cruzar, viajaré contigo a tiempos y lugares en el que nuestra lucha no habrá provocado tanto dolor. Cada noche recorreré contigo parajes increíbles, con el sabor de tiempos remotos, el olor de bosques frondosos y el sonido de cantos susurrados al amanecer-.
SU PIEL
Se desperezó como un gato mientras el sol entraba por la ventana, le acariciaba y le calentaba la piel. Había sido una noche muy larga y muy esperada, quiso dar lo mejor de sí misma y lo había conseguido. Pensó que los nervios no le permitirían terminar, que sería un fracaso y durante mucho tiempo no se atrevió a dar el paso, a tomar la iniciativa.
Esa noche, ya pasada, la había esperado tanto tiempo, tenía tantas esperanzas y tanto miedo de no estar a la altura que ahora le parecía todo un mal sueño que se había transformado en una maravillosa realidad.
No quiso hacer ruido, no quería estropear el momento, tan solo disfrutar de su visión, allí a su lado. Pasó su mano con suavidad por todo su cuerpo, como si fuera de cristal y disfrutó de ese contacto. Acercó la nariz y se impregnó de su olor, ese aroma ya conocido y siempre deseado finalmente era suyo y … era una delicia. No se cansaba de acariciarlo y de admirarlo. Le había dedicado tanto tiempo, tanto cariño, y ahora tenía su recompensa, su primera encuadernación en piel.
La expedición
La compuerta hidráulica se abrió sacando al Magíster y al resto de Conservatores del estupor de la espera. Habían pasado horas chequeando sus archivos. Billones de referencias recopiladas en un titánico esfuerzo por almacenar el conocimiento de cada rincón de lo que fue la Confederación Gliese. Cada planeta, satélite y estación orbital abandonada había sido documentada. Los miembros de la expedición penetraron en la sala portando, en una bandeja estabilizadora, el objeto recogido. Una vez depositada en la mesa, el Magíster autorizó los protocolos de sincronización sináptica y el análisis dio comienzo. La apertura del recipiente inundó la sala de un penetrante y extraño olor. Las moléculas volátiles liberadas por el objeto fueron recogidas y analizadas por los odotraductores. Rancio, reseca humedad añeja, dulce empalague de siglos absorbiendo aromas de maderas nobles. El objeto estaba formado por cientos de finas láminas de material orgánico aglutinado que al pasarse rápidamente crujían con suavidad, como el murmullo de la electricidad estática. Cada plancha mostraba un sinfín de primitivos caracteres. Cuando las unidades traductoras comenzaron a transmitir en forma de impulsos mentales, éstos abandonaron la forma abstracta habitual para engalanarse con una estructura fonética musicalmente ordenada. Las grafías trascendieron la materialidad del objeto para convertirse en sonidos evocadores capaces de despertar sensaciones e impulsos desconocidos por los Conservatores. Era impensable que aquella arrolladora conjunción de estímulos, para los sentidos y para el intelecto, pudiese provenir de un instrumento tan tecnológicamente primitivo, sin ninguna conexión con el sistema nervioso del individuo.
Otro microrrelato de MANOLO que me han mandado a mí por problemas para colgarlo.
Verdad
- ¡Quémelo, destrúyalo o tírelo al mar!, pero por Dios deshágase de él – las palabras salían suplicantes y atropelladas de la boca de Harlod desde el otro lado de la puerta.
El profesor Carter, agazapado en un rincón del desordenado despacho, abrazaba con fuerza el antiguo tomo encuadernado en piel.
- No lo entiendes mi buen Harold – le espetó a su antiguo alumno – cada aberrante secreto encerrado entre estas líneas, cada lacerante verdad desgarra el velo que ellos han tejido para engañarnos. Milenios de espejismos se entrelazan en una venda que nos ha ocultado la realidad.
- Por amor de Dios cálmese, lleva mucho tiempo trabajando en esa traducción y le ha afectado, no es más que mitología…-
- ¡No menciones más a tu dios!, sólo es un placebo, un engaño, una anestesia, una pantomima creada por ellos y sus seguidores. No hay más que horror en las estrellas, pesadillas invisibles a nuestros ojos cegados, están ahí conspirando y esperando, inmóviles, dormidos.
- Ábrame, déjeme ayudarle- la súplica se había envuelto de una melosa y seductora entonación. El profesor abrió la puerta de su habitación. Oculto entre los pliegues del pijama portaba un grueso libro. Harold, el enfermero jefe, se aproximó lentamente, como quien desconfía de un perro asustado.
- Démelo profesor, yo lo guardaré – susurraba mientras tendía su mano hacia el ajado listín telefónico, engordado con multitud de papeles garabateados insertos entre sus páginas.
Carter bruscamente alejó el libro – Los siento Harold, es demasiado peligroso, ellos intentarán arrebatártelo… –
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