La Materia de
Bretaña o Ciclo Artúrico
(Cati y Manolito)
Hay tres ciclos literarios de los que ningún hombre debería carecer: la
materia de Francia, de Bretaña y de la gran Roma.
Jean Bodel, Chanson de Saisnes (s. XII)
No son tantos los
personajes que han conseguido navegar a lo largo de los siglos en el vasto
océano literario, logrando mantener vivo el interés de los lectores al narrarse
sus azarosas aventuras, sus avatares, sus luchas y victorias, sus derrotas, sus
pasiones o, incluso, su muerte.
Casi nueve centurias
separan la representación más antigua conocida de Arturo de Bretaña (el bajorrelieve
de la arquivolta de la Porta de la
Pescheria en la catedral de Módena)
de la publicación del primer libro de la trilogía “Crónicas del Señor de la
Guerra”, El rey del invierno, de
Bernard Cornwell, pero la admiración por el fabuloso monarca sigue casi
intacta.
Por Materia de
Bretaña se conoce al conjunto de toda una serie de narraciones sobre el pasado
más remoto de Britania, y en especial aquellas que se centran en el personaje,
tal vez histórico (no vamos aquí a entrar en el interesantísimo debate), pero
sin lugar a dudas legendario, del Rey Arturo y en sus no menos insignes
acompañantes, los caballeros de la Mesa Redonda.
Las primeras
narraciones fueron historias difundidas oralmente por los conteors bretones, una narración épica que hundía sus raíces en la
mitología celta y en episodios fantásticos, donde Arturo aparece como caudillo
defensor de los bretones. Serían los novelistas cortesanos franceses quienes
las trasladarían por primera vez al papel escribiéndolas en verso al gusto de
su época.
A través de tiempo
la imagen de Arturo irá cambiando adaptándose a la voluntad de sus narradores y
lectores. Los Plantagenet (los reyes normandos de Inglaterra) recogerían las
historias para usarlas como propaganda política, una forma de justificarse y
buscar un pasado esplendoroso. Los textos franceses serían traducidos también
prontamente al alemán donde se centraron en el carácter simbólico de las
historias, y al galés donde se unirían con antiguos relatos irlandeses y
galeses. También los monasterios jugaron un papel fundamental en el desarrollo
del ciclo, pues no fueron pocos los clérigos que recogerían los textos franceses para transmitirlos
cargados de espiritualidad religiosa.
En todo este camino,
el mundo artúrico iría creciendo, absorbiendo incluso en su esfera relatos que
antes habían sido independientes, como el conocidísimo de Tristán e Isolda.
Todo ello le dio una
magnitud tal que mientras lentamente la caballería como estamento irá
desapareciendo, el ideal caballeresco se mantendrá vigente durante siglos,
gracias en gran medida al triunfo en toda la Europa medieval del mundo
fantástico que se creó alrededor de Arturo.
En poco más de un
siglo se habría formado ya el compendio conocido como materia de Bretaña, la
aparición de la Vulgata artúrica de 1230 es el punto de inflexión, momento en
que queda ya recopilada toda la materia. La Vulgata no fue la primera recopilación, las
historias de Arturo ya se habían recogido en diversas ocasiones formando ciclos
homogéneos, pero es la que nos ha llegado de forma más completa y sin duda la que más éxito tuvo
en la Europa del s. XII al XVI, difundiéndose incontables copias de la misma.
Se divide en cinco partes: Historia del Graal, Merlin, Lanzarote del Lago,
Demanda del Santo Graal y La muerte del
rey Arturo, vemos aquí pues los grandes temas que rodearon al personaje.
La vigencia del mito
seguirá de forma evidente, siendo la obra
de Sir Thomas Malory de 1485, Le morte
Darthur, la translación de todo el compendio a la prosa inglesa y la obra
que fijará la imagen que hasta hoy nos ha llegado del ciclo artúrico,
reeditándose hasta la actualidad, incluso en versiones para niños.
Los siglos XVII y
XVIII fueron una época más parca en la producción artúrica, pero la llegada del
romanticismo supuso la vuelta con fuerza del espíritu caballeresco, apareciendo
de forma renovada el ciclo como inspiración en todas las facetas del arte,
destacando la literatura y la pintura. Se deben citar ahora las obras de Sir
Walter Scott, de A. L. Tennyson o William Morris, quien además formó parte de
la hermandad prerrafaelista, cuyas obras fijaron con fuerza una nueva imagen de
los protagonistas del ciclo, en lienzos inolvidables como La dama de Shalott.
En los ss. XX y XXI el ciclo
artúrico sigue siendo fuente de inspiración, desde la inconclusa y recién
publicada obra de J.R.R. Tolkien, La caída
de Arturo, en la que utiliza el verso aliterado en inglés antiguo como
homenaje a la tradición oral del ciclo, hasta
las actuales novelas históricas que sitúan a nuestro héroe en el tránsito de la
Antigüedad Tardía, dándole una aproximación arqueológica al personaje. Todas
ellas siguen despertando en el lector la emoción profunda de las hazañas de sus
personajes, aunque en obras como la de Cornwell estos personajes, desde
Gallahad a Mordred o Merlín y Nimue se nos presentan más humanos que nunca, igual que sus inolvidable gestas como la
búsqueda del caldero, el romance de Lancelot y Ginebra o la entrega a Arturo de
la mítica Excalibur, que son revestidos de un intenso halo de realidad, dejando
en manos del lector el juicio sobre la veracidad de los prodigios mágicos
obrados a lo largo del relato.
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