De nuevo Murakami estructura esta novela en dos historias que avanzan de forma paralela y que en principio no parecen tener nada en común por lo dispar de sus argumentos, pero que se entrelazan de manera admirable y sin fisuras.
En “El despiadado país de las maravillas”, en un Tokio futurista, el calculador trabaja en una siniestra organización que está en lucha constante por el control de la información. No tiene nombre, de hecho ningún personaje de la novela lo tiene. La vida en suspenso del calculador cambiará drásticamente cuando conoce a un excéntrico científico que se dedica a investigar el cerebro humano, la conciencia concretamente, en un laboratorio ubicado en las entrañas de la ciudad, entre pasadizos tenebrosos y túneles oscuros dominados por unas extrañas criaturas, llamadas tinieblos, que jamás han visto la luz del sol.
En “El fin del mundo” nos encontramos con una misteriosa cuidad utópica rodeada de una tenebrosa e inexpugnable muralla, custodiada por un siniestro guardián, donde recaba un buen día, sin saber muy bien cómo, el lector de sueños. Aquí habita entre unicornios que cambian de color según la época del año, entre gente sin corazón ni ego, sin recuerdos ni emociones, sin sombra y sin muerte.
El misterio y la extrañeza de de estas historias desaparece poco a poco, a través de veladas señales y sutiles pistas, cuando entendemos que ambas se conectan de la manera menos prevista y lo que inicialmente tenía aspecto de fantasía extravagante, se convierte en un soberbia narración llena de melancolía, expresada con un lirismo tal que hace que incluso las acciones más cotidianas e insignificantes cobren una dimensión desconocida.
Personajes abrumados por la soledad, por la falta de amor, desapegados de todo lo material, que aceptan con una lógica indiferente el enfrentamiento con la muerte, inmersos en mundos fantásticos y extraños.
Me emociona intensamente la forma que tiene el autor de narrar y entender las relaciones, los diálogos silenciosos y reflexivos de los personajes junto a ventanas cubiertas de gotas de lluvia, la naturalidad con que afronta la búsqueda de la esencia humana en los recodos de la conciencia.
Leer a Murakami es peder toda certeza, es como subirse a un bote sin remos ni timón y dejarse arrastrar por un río calmado, sin rápidos, sin atisbo de prisa y sin la más mínima inquietud, con la absoluta certeza que te llevará donde él quiera, no admite sugerencias, irás exactamente donde él se ha propuesto llevarte. Lee un libro suyo y vive la experiencia.
Despierta filias y fobias a partes iguales, pero a nadie dejará indiferente.
Obvia decir a estas alturas que yo me encuentro sin duda en el primer grupo, he descubierto el universo Murakami y no pienso abandonarlo. Próxima entrega “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”.
2 comentarios:
Es verdad, Murakami no deja indiferente y hay que tomarlo como viene y además sin libro de instrucciones. Pocos hay como él. He leido “Kafka en la orilla” y éste “El fin del mundo…”y no sé si por ser japonés o por que es cómo es pero no termino de pillarlo, así que me dejo llevar, no le busco nada y me sumerjo en su mundo.
Es un escritor que escribe muy bien y tenemos la suerte de una buena traducción con explicaciones acertadas pues si no te dice lo que significa la palabra “corazón” en el idioma japonés creo que se perdería bastante del sentido del libro.
Esos monólogos del "calculador", para mí el alter ego del autor, son impagables: líricos y escatológicos, tristes y humorísticos (el misterio de los clips que va encontrando por todos lados y su obsesión hasta que se compra 1000 yenes de clips).
La gran cultura musical y literaria que despliega, curiosamente ambas occidentales, en referencias a lo largo de la novela, le dá altura a la narración.
Los personajes y los escenarios donde se mueven, tanto en el fin del mundo como en el despiadado país de las maravillas, son alucinantes.
Ahora dejaré pasar una temporada, leeré otras cosas y más adelante volveré al, como dice Sales, universo Murakami a ver si descubro alguna clave y si no, pues simplemente a disfrutarlo.
Desconcierto total y absoluto es lo primero que me provocó éste libro y sus dos primeros capítulos. Sinceramente no entendía nada. Era todo tan irreal y futurista o paralelo que no conseguía meterme en la historia. Después poco a poco conseguí hilar cada historia por separado y finalmente empecé a encontrar la relación entre ambas.
Ésta es sólo la segunda novela de Murakami que me leo. La anterior fué "Tokio Blues" y aunque no se parecen en la forma, en el fondo puedes encontrar similitudes e ideas y comportamientos que parecen ser recurrentes en este autor: el sexo fácil pero frío, un ojo especial para las mujeres y poca relación con los hombres, el alcohol y el tabaco acompañan permanentemente a sus personajes y por último su amor por la literatura y la música, a las que nombra de la mano de muy diversos autores y compositores, siempre definiéndose como un amante de la literatura de un periódo muy concreto y con una amplia visión de la música.
Todos viven en soledad sin muchas esperanzas en nada que no sea el día a día y cualquier cosa que les pase no les supone un gran trauma. Pasan por la vida sin recordar nada importante y sus aspiraciones no dan mucho pié a la emoción.
Que vidas más tristes pero que maestría a la hora de retratar la soledad humana y el paso anónimo que tantas personas hacen por ella.
Por último el final que en pocas frases pega un último giro que una vez más al igual que el principio de la novela me sorprendió agradablemente, aunque ya me lo iba oliendo.
Publicar un comentario
Este blog ha dado de alta la moderación de comentarios. Serán revisados por su administrador antes de publicarlos.