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domingo, 3 de junio de 2012

LITERATURA Y CONOCIMIENTO (Este mes en el periódico de Mairena)


LITERATURA Y CONOCIMIENTO (La literatura) Elvira

La literatura ha acompañado al hombre desde el comienzo de los tiempos. Al principio no existieron las palabras y los relatos se reflejaban a través de las pinturas rupestres para dejar constancia de la vida cotidiana de esos primeros hombres que apenas articulaban dos sílabas juntas.
Más tarde la evolución del hombre fue acompañada de un desarrollo literario para contar su experiencia y entonces se hizo por medio de la palabra hablada. Fue mucha la literatura que pasó de padres a hijos y que pervivió. Ni las guerras, las enfermedades o cualquier otra dificultad consiguió nunca callar la boca de aquel que pregona historias que no deben olvidarse, mezcladas, claro está, con la fantasía alocada de la mente que entiende que debe atraer la curiosidad de un público que, como siempre, ha sido y será exigente.
Del latín emerge como un recién nacido nuestro preciado castellano, y se va fijando muy lentamente a su forma escrita, que todavía no sería la definitiva. Poco a poco, empieza a ahogarnos la falta de cultura escrita. Nuestros conquistadores musulmanes vienen cargados de saberes plegados en pergaminos, y ese despliegue cultural de todos los saberes nos sacude de una manera brusca: libros de matemáticas, de astronomía, de ajedrez… todo lo que el entendimiento, que por esa época empezaba a desarrollarse, podía abarcar, y todo lo que quedaba por escribir, porque la expansión del conocimiento comenzaba a dar enormes pasos hacia el futuro y era imparable.
Las mentes despiertas de las personas tomaron consciencia de la necesidad de escribir, de contar: la ardua tarea de narrar para las generaciones futuras para que el saber fuera aumentando, que no se perdiera, que creciera hasta límites insospechados. Era necesario que la gente pudiera tener el conocimiento al alcance de la mano, y la literatura, como una crisálida, terminó su transformación, que culminó en la creación de la imprenta. Entonces, comenzó un viaje de altos vuelos, al que contribuyó la fijación escrita definitiva del castellano, y los libros se multiplicaron; viajaron por países, fueron manoseados, devorados por ojos deseosos, acariciados, colocados en estanterías con vistas privilegiadas, mimados en su encuadernación. Sí; fueron buenos tiempos y los libros fueron acogidos de la única manera posible, con amor. Pero el saber nos hace más fuertes, porque nos cuestionamos cosas, pensamos, y, sobre todo, porque las ideas se propagan como la pólvora: eso puede tener consecuencias fatales. ¿Fatales para quién? Para el poder, claro está. Decía Saramago, en su obra Ensayo sobre la lucidez: “la diferencia más segura que podríamos establecer entre las personas no es dividirlas en listas y estúpidas, sino en listas y demasiado listas. Con las estúpidas hacemos lo que queremos; con las listas, la solución es colocarlas a nuestro servicio; mientras que las demasiado listas, incluso cuando están de nuestro lado, son intrínsecamente peligrosas”.
Este pensamiento, reinante hoy en día, llevó al libro y, con él, a su contenido literario, a la censura. Fue escondido en lugares insólitos, porque sus perseguidores no tenían piedad de él y los descuartizaban, mutilaban, quemaban: todo ese conocimiento almacenado durante siglos fue menguando consumido por el fuego y la ira del poder. Hasta que la literatura dejó de ser un arma que empezaba a despuntar, y se convertía en un animal dócil de compañía, del que ningún peligro se esperaba. Así, la literatura en su formato libro, relleno de jugosas letras, consiguió sobrevivir a la sombra del mundo. Lo que nadie sabía es que en la savia de sus letras todavía latía el ardor de la lucha, porque la sociedad necesitaba crítica y ella era la herramienta perfecta para esa lucha de la que sabía que sería el estandarte.
Desde entonces hasta hoy en día, no ha dejado nunca la lucha por darle al hombre lo que del hombre es, el germen del pensamiento que en cada época se cultiva de una forma distinta y por tanto los frutos nunca son iguales. Esto no quiere decir que unos años la cosecha sea peor y otros mejor, de ninguna manera; me refiero a que los frutos son distintos en forma, color y sabor, pero de lo que no cabe duda es que alimentan igual y satisfacen la necesidad del hombre que éste requiere en cada tiempo. En la actualidad, las letras, que antaño se fijaban con pulso firme, y que después pasaron a golpe de plancha, no son más que pequeñísimos píxeles que pasan por nuestra pantalla. La literatura y su forma de acercarse a nosotros sigue siendo sorprendente, se adapta y continua caminando a nuestro lado con la firme idea de no abandonarnos nunca. Porque ¿que sería del hombre sin el fluir de la literatura? ¿Seríamos un puñado de estúpidos que no pueden ver la realidad porque son incapaces de entenderla?
La literatura ha hecho a mujeres y hombres a lo largo de la historia. Sólo podemos combatir los tiempos actuales como lo hemos hecho siempre, conociendo el mundo a través de las letras, aprendiendo a pensar, a cuestionar, a desesperarnos sin respuestas a veces, y otras a descubrir caminos insospechados. Pero de lo que no hay duda es de que tenemos que proseguir conociendo el mundo; tenemos la obligación de no ser estúpidos, y la necesidad de mejorar el mundo, NUESTRO MUNDO, y que todas las generaciones posteriores recojan este legado que la literatura se ha encargado de recopilar a lo largo de toda su existencia.

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