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miércoles, 16 de diciembre de 2009

84, CHARING CROSS ROAD - Helene Hanff

PROPUESTAS DE LECTORES (Sales)


¡Esta mañana he recibido una carta! No una factura de teléfono, ni una invitación para un regalo un tanto dudoso, ni un extracto bancario, no, no. Se trata de una genuina, auténtica y crujiente carta que un buen amigo ha tenido a bien enviarme. Casi me temblaban las manos mientras rasgaba el sobre con cuidado para no romper la línea escrita a mano minuciosamente con una caligrafía un tanto apretada del remitente.
Veréis, no es que sea un amigo al que no veo hace años, ni mucho menos, de hecho nos vemos cada vez que voy al pueblo a ver a la familia, lo que suele ocurrir bastante a menudo. Es sólo que al ver el sobre he sentido la emoción de haber recibido un regalo personal, afectivo.
Ya no se escriben cartas. El género epistolar ha quedado relegado a un rincón de un camino donde el correo electrónico se ha abierto paso a puñetazo limpio para sustituir al uso milenario y tan personal de escribir lo que se piensa con lápiz y papel.
Está muy bien todo esto de la comunicación instantánea a través de ordenador y demás, pero sin menospreciar para nada el valor particular de las conexiones simultáneas en línea, nada es comparable a la sensación de planificar una carta o a la emoción del dulce esperar recibirla.
Todo este rollo viene porque al hacer esta pequeña reflexión sobre las cartas de acordé de un estupendo libro titulado “84, Charing Cross Road” de Helene Hanff.
Helene Hanff es (era, murió en 1979) una escritora y guionista de televisión de Nueva York, que posee un incontrolable amor por los libros y la literatura. En mil novecientos cuarenta y nueve envía una carta a una librería de viejo en Londres, en la que le pide, casi le exige, al librero Frank Doel algunos volúmenes que el pobre empleado le consigue tras una ardua tarea.
La correspondencia, en principio fría y comercial, termina convirtiéndose en un flujo constante de cartas cada vez más personales y confidenciales que terminan acercando tanto a los dos interlocutores que llegan a tejer lazos casi familiares: Ella le manda comida cuando se entera de las penurias que está pasando en el Londres de postguerra, el le abre una cuenta a crédito en su librería cuando se entera de los apuros económicos que ella atraviesa.
Una correspondencia llena de encanto e infinita delicadeza entre dos personas que amaban los libros casi por encima de todas las cosas.
La nota triste la pone la cuestión de que nuestros dos amigos jamás llegaron a conocerse personalmente. Cuando Helene puede por fin viajar a Londres la librería ya había desaparecido. Hoy una pequeña placa conmemorativa recuerda el lugar donde estaba situada esta librería que se hizo famosa gracias a la publicación de esta serie epistolar allá por los setenta.
Es un libro pausado y apacible, de los que se leen en una tarde tranquila. Una lectura que deja una cierta añoranza.

4 comentarios:

Mario dijo...

Te lo digo yo que soy cartero...

Y respecto a la recomendación, anotada queda.

Gracias.

Unknown dijo...

Tienes mucha razón. Hasta que empecé a utilizar el correo electrónico y el movil, me encantaba escribir cartas. Le escribí a mi hermano mientras se encontraba fuera trabajando en León y mandaba cartas a amigas en vacaciones, en navidades y cada vez que tenía algo que contar. Ahora me limito a mandar las felicitaciones de navidad que se han quedado en una bella imagen de mi hijo y en la que lo único que tengo que escribir es la dirección del destinatario.

Juana dijo...

¡Que razón tienes, Sales! Nada hay comparable con una carta de puño y letra del remitente. Ese calor no llega igual a través de internet. Cuando llega Navidad busco una postal bonita y elijo el motivo para cada destinatario, a cada amigo/a le pongo una dedicatoria personalizada. Este año me ha pillado el toro y he tenido que enviar algunas postales por email para al menos decir que me acuerdo de mis amigos y familiares. ..y me siento culpable de no haberles dedicado más tiempo, es como si les enviara la versión barata y fría.
Las cartas personales que recibo son un tesoro para mí...¡Mi tesssoro! Las guardo con cariño en un pequeño baúl y muy de tarde en tarde me deleito leyéndolas con una sonrisa en los labios: aquella fiesta, aquel cumpleaños, aquel amigo extranjero que se marchó,... forman parte de mi autobiografía, escrita por manos que me gustaría volver a estrechar.

Unknown dijo...

¡Qué librillo más corto y más encantador! Lo que más me gusta es que se trate de hechos reales, pero sobre todo de como un grupo de personas terminan conociéndose y apreciándose tanto después de años y años de una correspondencia que empieza simplemente como una correspondencia entre un proveedor y un cliente.
Soy incapaz de imaginarme que actualmente pasara algo por el estilo con un e-mail. Nos hemos acostumbrado de tal forma a los mensajes cortos que ya no compartimos nuestras historias con los que nos rodéan.
La protagonista del libro, que sólo empieza la correspondencia por su afición a los libros, termina siendo amiga, confidente y ella misma proveedora de artículos, aunque en su caso sea de artículos de primera necesidad por encontrarse Inglaterra aún en periodo de cartillas de racionamiento.
El final me ha gustado especialmente cuando Sheila la hija mayor de Frank, la persona que en principio era el interlocutor de Helene, responde a la carta de ella. Sheila, una mujer no la niña de la que hablaban Frank y su mujer cuando empezó la correspondencia en 1939.
Es una verdadera pena que el viaje que planeaba para conocer a todos los trabajadores de la librería no lo llegara a realizar cuando todos estaban allí, pero es comprensible al tratarse de vidas reales.
Qué envidia me produce esa amistad surgida a través el intercambio de papeles y que con los años se hizo más sincera y real que muchas otras más cercanas.

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