1º CICLO DE ÉPOCA DEL CLUB DE LA MANZANA

LA GRAN DEPRESIÓN AMERICANA

LECTURAS

17 de enero: De ratones y hombres de John Steinbeck
El Villorio de William Faulkner
¿Acaso no matan a los caballos? de Horace Mc Coy


Club Social de Aljarasol en Mairena del Aljarafe, Avda. de la Constitución a las 19:00.

viernes, 7 de enero de 2011

ARRANCAD LAS SEMILLAS, FUSILAD A LOS NIÑOS - Kenzaburo Oé

PROPUESTAS DE LECTORES (Sales)

Terminado el simulacro de paz y amor de estas pasadas fiestas, me atrevo ahora a recomendar este libro que nos habla del aspecto más abyecto y maligno del ser humano.
La novela en cuestión se desarrolla en un pueblo perdido en las montañas de Japón durante el final de la segunda guerra mundial. Un grupo de quince niños provenientes de un reformatorio son trasladados a una remota aldea de las montañas japonesas para realizar trabajos forzados. Son niños acostumbrados al trato cruel de las instituciones de ese tipo en esa época, pero al llegar al poblacho experimentarán la terrible experiencia de ser considerados por parte de los aldeanos como poco menos que animales a los que les basta un mendrugo de pan y un poco de agua para vivir y a los que hay que encerrar por la noche en un corral para que no escapen.
Bajo la amenaza de una epidemia que está acabando con animales y humanos por igual, los habitantes del pueblo huyen de sus casas, dejando a los niños abandonados a su suerte y sin posibilidad de escapatoria, pues todos los accesos al pueblo son bloqueados y vigilados para que ninguno de ellos salga de allí con vida y pueda contagiar a nadie.
Al verse solos, los chavales se organizan como pueden en una sociedad libre de adultos, contraria a la que han vivido hasta ese momento, hecho que supone para ellos el mayor momento de realización personal, sin normas ni imposiciones del mundo externo, donde su ingenio, por primera vez en sus penosas vidas, es utilizado con fines creativos, donde el bien más preciado es la camaradería y la solidaridad que se crea entre ellos y donde tratan de amoldar sus cuerpos y sus mentes con el único objetivo de sobrevivir.
 El autor sabe plasmar de forma admirable la sinrazón y la crueldad propias del ser humano. Los niños simbolizan la inocencia y la esperanza, capaces de organizar juegos propios de su edad aunque estén expuestos a los peores horrores, pero también son capaces de cometer actos terribles por puro instinto animal. Los adultos son miserables y mezquinos, odiosos y amargados, son los que libran la guerra, los que matan, los que organizan cacerías en busca de desertores, los que tratan a los niños como auténticos apestados, como peligrosísimos delincuentes por el simple hecho de robar alguna gallina para comer, mientras ellos se dedican a degollar y a violar sin sentir el menor remordimiento.
Los niños representan la amistad, el amor, la valentía, la tenacidad, la fuerza de grupo; por el contrario el mundo de los mayores está caracterizado por la barbarie, el miedo, la cobardía y la intolerancia, el único adulto que mantiene la cordura es un desertor del ejército japonés que adopta una posición pacifista ante la guerra y que intenta aliviar en lo que puede las penas de los chicos.
El ritmo de la novela es perfecto, la capacidad del autor para integrarnos en la trama incuestionable, los tabúes impuestos por la literatura occidental inexistentes: la sodomía, la violación y el onanismo aderezan la dura historia de este grupo de muchachos abandonados a su suerte en mitad de la nada.
No hay momento de respiro en esta lectura, aún en los momentos de mayor placidez, que son pocos, se masca un halo fatalista, un destino ineludible, una tensión callada por el  trágico, duro e inquietante final que se adivina.
Dos últimas puntualizaciones: libro no apto para estómagos sensibles, ni para quien busque una lectura fácil y relajada.
A mí, particularmente, me ha parecido soberbia.

1 comentarios:

it dijo...

Pues te voy a hacer caso y a encargarlo mañana.
Un descubrimiento, tu blog.

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