1º CICLO DE ÉPOCA DEL CLUB DE LA MANZANA

LA GRAN DEPRESIÓN AMERICANA

LECTURAS

17 de enero: De ratones y hombres de John Steinbeck
El Villorio de William Faulkner
¿Acaso no matan a los caballos? de Horace Mc Coy


Club Social de Aljarasol en Mairena del Aljarafe, Avda. de la Constitución a las 19:00.

domingo, 30 de enero de 2011

SACRIFICAR AL TORDILLO - Relato de Raúl

Relato de Raúl

Sacrificar al Tordillo
  
Cuando el capataz me dijo que había que sacrificar al tordillo supe que se venían días negros para mí. Desde que me tomaron a prueba en la estancia sabían, porque lo dije, que no me gusta matar a ningún bicho. Ni para hacerle un favor.Tal vez no es por humanidad sino por cobardía, como dijo el gordo Páez. Tal vez soy un cobarde.
Además, me parece que lo del capataz fué premeditado. Lo quería como excusa para echarme. Nunca le caí bien. Creo que le molestó que entrara apadrinado por el administrador, y no rogándole trabajo a él como casi todos. El Negro Cebrián, yo y la Catalina somos los únicos que no tuvimos que arrastrarnos pidiéndole un conchabo. Y nos lo hacía pagar cada día de dios. Dale y dale. Meta buscar el pelo en la leche. Meta hundire el cuchillo cada vez que podía. Que ésto está mal hecho y me lo hacés de vuelta; que sos un chambón y no servís para nada; que el domingo me dejás el galpón hecho un espejo... Ni que ésto fuera la milicia! Pero quién le decía que no con el hambre y la miseria que hay?
Y lo del tordillo fué la gota.¡¿Cómo que vos no lo sacrificás?! Mire, don Carlos... no lo tome a mal, vió? pero a mí me cuesta mucho. No puedo. No sirvo pa'eso, lo reconozco. ¡Ja! ¡Me gustaría saber pa' qué servís vos! O te ocupás del tordillo o te mandás a mudar de acá porque no necesito maricones trabajando en la estancia! Con todo respeto don Carlos... no es por maricón sino porque hay cosas que puedo hacer y otras que no puedo. Matar no puedo. Le pido por favor... ¡A mi no me pidas nada! O lo hacés o ya te vas preparando el atadito y te vas de aquí. Bastantes inútiles fijos tengo para tener uno a prueba.
Así que enfilé pa' las casas a juntar mis cosas. En dos minutos armé todo porque, pa'lo que tenía...! Un par de alpargatas un poco mejor que las que usaba pa' trabajar, dos camisas gruesas, un pantalón rotoso y un par de calzoncillos. La pavita, un mate calabaza y una bombilla cachuza que ya se quería jubilar.
Cuando pasé por al lado de don Carlos ni me miró. Le estaba revisando las herraduras al Carozo, su caballo. Sin levantar la cabeza me dijo despacio, pa' que me costara escucharlo, mañana pasate por la administración y cobrás. Eso me alegró un poco porque ni se me ocurría que don Carlos tuviera intención de pagarme. Me debían pocos pesos pero con lo mal que estaba cualquier cosa me servía.
Agarré la avenida principal; la de los sauces. Teníamos prohibido usar ese camino. Era un capricho. Por ahí sólo podían entrar y salir los patrones, las hijas, don Carlos y las visitas. La verdad es que lo hice de caliente que estaba. Sentía que me hervían la cara y las manos, que es lo que me pasa cuando tengo mucha bronca. Ya me había alejado bastante cuando oí la voz de don Carlos como un trueno. ¡¿A dónde vas, atolondrado?! Pero yo no me dí vuelta. Seguí caminando despacio como si no lo hubiera oído. ¡Che! ¡A vos te hablo, tarambana! ¡Salí del camino!
¡Salí te digo!
Tuve como un retorcijón de panza y sentí que se me aflojaban un poco las piernas. Me hice el sonso y seguí caminando sin darme vuelta. Como si fuera sordo. O como si fuera idiota, porque sabía que don Carlos no me la iba a dejar pasar. ¡¿Me escuchás hijo de puta?! ¡Salí del camino!, gritaba.
A mí ya no me importaba. De pronto sentí como una paz grande en el pecho. Como cuando llegaba de vuelta de la escuela, ataba el caballito en el palenque y mi mama me esperaba con el tazón de leche caliente con bastante azúcar y muchos pedacitos de pan adentro haciendo sopa. Y ahora, cuando me iba de esa estancia, sentía como que volvía a mi casa con mi mama. Y me dió eso: como paz en el pecho. Así que seguí caminando. Después sentí el galope de Carozo, el zaino de don Carlos. Lo traía apurao`al pobre pingo. Ahora me va a reventar a gritos, pensé. Y me dió como risa pa'dentro. Ya no era mi capataz y yo me iba, como si todavía me esperara mi mama con la leche.
El primer rebencazo me cruzó la cara y me chicoteó en la oreja izquierda. Vi todo color rojo y creí que me iba a volver loco de dolor. Después supe que me había reventado el tímpano.
Al Carozo casi se le rompe la boca con el freno, del tirón que don Carlos le dió a las riendas. Don Carlos no quería ni a su caballo. Le quise decir que no tenía por qué pegarme, que no era quién, pero no me dió tiempo. Me cruzó otro talerazo que me acostó, medio desmayado. No sabía adonde estaba. Me acuerdo de unas hojitas de sauce que tenía cerca de los ojos, y de unas hormigas. Yo estaba de rodillas, tratando de pararme y las hojitas se manchaban con sangre que me caía de la cara.
Ahí vino la patada en las costillas. Eso me dolió mucho. Me dejó sin aire y parecía que me iba a morir ahogado. Lo escuchaba mal a don Carlos. Lo oía lejos, lejos. Me insultaba; de eso me acuerdo bien. Me decía que era un mugriento. Que me levantara y me fuera de ahí. Yo no podía, de verdad. No era que quería hacerme el rebelde. Es que no podía respirar y además que me habían entrado como unas ganas de obligarlo a que parara de insultarme y de pegarme. Nunca me retobé con ningún capataz. Pero don Carlos me trató como a un animal malo, como a una culebra venenosa, como a una basura. Yo seré medio pavote pero no soy malo ni soy una basura. Mi tata y mi mama nunca me pegaron. Cerré fuerte los ojos. Igual, no veía mucho por la sangre, y traté de respirar hondo. Sentí como una cuchillada en el costado, que después el médico dijo que era la pleura, algo del pulmón que se me había lastimado con una de las costillas rotas y que por eso no podía respirar. Pero me entró un poco de aire y otra vez me quise parar. Me pasé la mano por la cara y por los ojos pa' ver un poco y alcancé a esquivar la trompada de don Carlos. Se había bajado del caballo pa' patearme cuando yo estaba en el suelo y ahora, con el impulso que traía, al esquivarlo se me vino encima. Juro que fue sin querer que le metí el pulgar en el ojo. De veras que fue sin querer pero sentí que se lo hundía hasta el fondo, como si enterrara el dedo en una calabaza medio podrida. Me acuerdo del grito de don Carlos. Gritaba como un cerdo que lo están matando. Yo no pensaba en él. Yo pensaba que era Cagliano, aquel maestro malo que me quería dejar sin volver a casa, donde me esperaba mi mama con el tazón de leche con pan. Me dió rabia porque mi mama se iba a enojar mucho. Y le apreté la garganta pa'que no gritara más y me dejara ir a buscar mi caballito. Gritaba lejos. Lo escuchaba como si estuviera en los potreros del otro lado del tambo. Se sacudía como un loco y yo le decía cálmese don Cagliano que se va a manchar toda la ropa con tanta sangre. No grite don Cagliano que mi mama se va a asustar.
Y se fue callando. Me hacía caso. Después se quedó quieto y yo lo dejé tranquilo porque ya no gritaba. Agarré otra vez el camio pero me caí y después no me acuerdo más hasta que me desperté aquí, en el hospital del pueblo. El policía que está en la puerta de la salita me dijo que me metí en un lío grande con la muerte de don Carlos. Pobre...  él confunde al maestro Cagliano con don Carlos, que es medio severo pero no es mal hombre. Ahora, si la dejan entrar a mi mama con el tazón de leche con pan, le voy a pedir que se lo explique...
  
Tenerife, febrero 2006

3 comentarios:

Maria Luz dijo...

Como un puñetazo en el estómago me ha dejado sin aire. Lo estás viendo y lo estás escuchando pues es un acierto la transcripción del habla de la gente de campo. La estancia, el camino, el capataz y ese buen hombre, el peón, al que intuyes que le han dado por todos lados, que le ha tocado agachar la cabeza siempre, que no es capaz de matar pero que llegó al límite. Es muy bueno, el ritmo, como se suceden los diálogos y la secuencia, la historia que te cuenta y ese final....Un relato absolutamente perfecto. Gracias Raul y que todos los sobornos sean como éste.

Juana dijo...

Raúl, te felicito,esta historia brevísima no necesita un antes y un después. Impactante. Genial. Has conseguido que resulte más penoso el imaginar el antes y el después que el propio castigo descrito.

Unknown dijo...

Otra historia dura, esta vez de una mente perturbada que no entiende la importancia de la vida humana y en cambio se queda sin sustento por no matar a un caballo.
Resulta escalofriante, pero la puedes casi vivir en directo.
Una vez más te has lucido Raúl. Muchas gracias por compartir con nostros este relato.

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